«A la fuerza…., ni un besito»

Hace tiempo que leí este eslogan dirigido a los niños durante una campaña contra el maltrato a la mujer. Me pareció que representaba muy bien la responsabilidad que tiene la educación que recibimos en este tema, origen de todas las formas de abuso y/o agresión sin exclusión por genero, raza, o religión. Refleja la dificultad que muchas personas tienen para decir NO incluso en las pequeñas cosas, para establecer y respetar sus propios límites.

Educados para la sumisión desde hace siglos, hemos perdido la referencia entre el hacer y el permitir, entre lo que me pertenece y lo que es tuyo, en el cuándo y cómo negarse, hasta donde es suficiente o cuál es el punto medio de la tolerancia. La sumisión implica el sacrificio de nuestro autentico Yo, la represión del dolor por las heridas, la rabia como consecuencia de ello, sentimientos de vergüenza y culpa trasmitidos por generaciones. Ahora nos toca desinstalar ese «programa» de las capas más profundas de nuestro inconsciente colectivo e individual. El NO está asociado a la pérdida, y el miedo a ella no nos lo pone nada fácil.

Con un poco que recordéis de vuestra infancia, desde la autoridad de los padres a la de los profesores, pasando por algún tipo de divinidad religiosa, pareciera que el objetivo común de la educación se convertía en una obsesión por doblegar nuestras propias ideas, deseos, potenciales y sueños, para convertirnos en un estandarizado modelo de persona a satisfacción de esa supuesta autoridad de turno. Por nuestro bien debíamos obedecer entendieramos o no. Aprendimos a que decir «NO», podía suponer perder el amor de los demás siendo excluidos del «clan», rechazos por la familia, estigmatizados por el colegio, vigilados por si fuera poco por otra máxima autoridad que estaba en todas partes y todo lo veía. Nos enseñaron a que el simple hecho de preguntar podía exponernos a la humillación pública, y que era mejor no saber que arriesgarse. Preguntar se convertía en un asunto personal entre la autoridad y tú, significaba cuestionarla, poner en tela de juicio sus creencias, todo un atentado según su visión, merecedor de culpa y castigo a quién osara hacerlo aunque fuera desde la más absoluta inocencia de un niño. Y así aprendimos a cumplir con los deseos de cualquiera que sentiéramos poderoso como único camino para sobrevivir, quedando instalada en nuestro inconsciente una forma de conducta asociada al miedo emocional y en el peor de los casos también físico.

En fin, todo esto que pueden parecer anécdotas infantiles o exageraciones mentales, son el origen de una futura vida adulta cargada de retenciones y resistencias, abusos de todo tipo (aplicados y recibidos), pérdidas y renuncias (tristeza y rabia). Adultos que no se responsabilizan porque en el fondo, sin ser conscientes de ello, siguen sintiendo que no pueden elegir, que la culpa de sus errores está en el entorno o en una especie de destino. El exceso de miedo y la falta de aprendizaje les hace sentir incapaces de decir «basta», «hasta aquí tú y hasta aquí yo aunque con eso pueda perderte…….» Algunos reaccionaran enfrentándose al mundo y a las injusticias como si les fuera la vida en ello, ejerciendo finalmente una forma de autoridad «salvadora» opuesta a la estandarizada pero tan o más impositiva que la que quieren eliminar. Otros sin embargo seguirán en la sumisión cargados de energía actuando como robots, o carentes de ella intentando convencerse de que lo correcto es aquello que les enseñaron por encima de sí mismos, o incluso adoptando nuevos aprendizajes que invitan a la aceptación mal entendida (resignación) con la convicción de estar realizando un acto más elevado. En todos los casos el error está en la falta de límites, de filtros, de propio criterio, de términos medios, de equilibrio. Aferrados a los extremos del todo o nada, el siempre o nunca, o estás conmigo o contra mí……

Aprender a calibrar en cada ocasión los límites según cómo, cuando, donde y con quién, supone mucho más trabajo y responsabilidad que aplicar las generalizaciones. Es más cómodo decir sí a todo que tomar decisiones enfrentadas. Si lo haces así, no te quejes después del rumbo de tu vida, no eres una víctima, eres un niño pequeño. A la contra sistemática o en la protesta continua tampoco funciona porque te convierte en agresor, la otra cara de la misma moneda.

Conocerte a ti mismo te dará la medida de las cosas, te ayudará a encontrar el equilibrio entre el SÍ y el NO en función de a qué, a quién, cuando y donde. La balanza no está en la aprobación de los demás sino en la armonía que tengan tus respuestas con respecto a lo que realmente sientes y piensas.

Y para cerrar el círculo, terminar donde empezamos, porque este es el origen y la verdadera explicación de que siga habiendo victimas y verdugos de abuso y agresión, es la factura que todos debemos pagar por mantener la gobernabilidad basada en una educación represiva, incoherente y chantajista emocional. Ni las denuncias, ni las pulseras, ni las ordenes de alejamiento conseguirán nada, solo una buena autoestima y un correcto aprendizaje con respecto a los límites acabarán con esta enfermedad, que en mayor o menor grado portamos todos.

Haz lo necesario, haz lo que te corresponda. Sana tu mal.