Niños hemos sido todos, y desde esa perpectiva es desde la que me gustaría que leyeráis este post. Como el niño que también fuiste, el padre/madre que eres ahora, y el adulto en general, como único y verdadero protector de la infancia, ya sea en tu rol de educador/a, abuelo/a, tío/a e incluso vecino o vecina. Nuestra obligación es proteger la sana infancia de nuestros niños, niños que son de todos.
No es necesario haber recibido tratos aberrantes para que nuestro inconsciente se llene de experiencias infantiles de vergüenza tóxica en todas sus formas, creencias que por desinformación no solo nos autolimitan en nuestra edad adulta sino que autolimitan al ser en desarrollo que más amamos, sin intención alguna de hacerlo.
La vergüenza tóxica, la primera herida, puede crearse con el simple hecho de haber sido un nacimiento no deseado. No ser bien recibido, no sentir alegría por tu presencia, no recibir consuelo cuando se necesita, hacen que el bebé comience a crear una imagen sobre sí mismo de «falta de valor». El recien nacido y hasta los siete años, es el más perfecto de los rádares para la captación de energías a su rededor , el niño no entiende las palabras, solo recibe la vibración del entorno (en primer término la de su madre). Siente como propio el estado de las personas a su cargo. Una vez cubiertas sus necesidades básicas de calor, alimento y sueño, llorará como reflejo de sentir rechazo, tensión, abandono emocional, o simplemente el desequilibrio o la preocupación del ambiente. Es su única manera de manifestar la inseguridad que le produce lo que está recibiendo sutilmente. El comportamiento del niño es el reflejo de lo que sucede en su entorno.
Proyectar sobre un hijo nuestros deseos no cumplidos, y sobre todo, hacerle sentir que él es el instrumento de nuestra felicidad, que seremos más o menos felices en función de lo que haga, es sentenciar al niño a cargar con una responsabilidad que no le corresponde. En poco tiempo, la herida de la «culpa» si no consigue satisfacernos, la de ser inadecuado, la de incapacidad para mantener la armonía entre los padres, la de ser el objeto de decepción de sus seres más queridos……. empezarán a acumularse haciendo añicos la principal herramienta para la defensa individual que es la autoestima. La mayoría de los adultos no somos conscientes de los mensajes subliminales que pasamos a nuestros niños, mensajes que quedarán grabados como sistemas de actuación en la vida adulta, creando la idea de que nuestra felicidad dependerá y está en manos del comportamiento externo, en manos de los demás, del número y valor de nuestras posesiones, o de los éxitos materiales que seamos capaces de alcanzar según lo estime la sociedad en la que se viva. ( Co-dependecia)
Ejemplos más comunes:
«Si lloras……te pones muy feo, no salimos a la calle, no te va a querer nadie……» El llanto, la risa, la incontinencia, la rebeldía, son las únicas formas de expresión de un niño que aún no ha podido desarrollar la herramienta del lenguaje como expresión abstracta de lo que le sucede. Reprimirlas es reprimir su expresividad futura. Si una de estas formas de expresión le funciona por encima de las demás para satisfacer la necesidad de atención (aunque sea negativa) de sus padres, la perpetuará incluso hasta su edad adulta, y la aprenderá como único sistema de relación intima con pareja y amigos. Debemos dejar que todas ellas fluyan como posibilidad de expresión, sin premiar o castigar unas en detrimento de las otras, entender lo que pretenden, sin valorarlas por lo que a nosotros nos causen. Es su forma de comunicar y la comunicación nunca debe reprimirse, la paciencia pondrá cada cosa en su lugar y el mismo niño aprenderá cual es más o menos gratificante para él mismo, no para sus padres.
A veces los propios adultos no somos capaces de manifestar lo que nos ocurre y sin embargo pretendemos que lo haga un niño que aún no está formado. ¡¡¡Incohencias adultas en grado superior!!!
Un manotazo, azote, por haber roto algo o habérselo llevado a la boca, para el niño hasta los siete años que no posee aún el suficiente desarrollo de su hemisferio cerebral izquierdo (racionalidad) cuya única posibilidad de conocer el mundo que le rodea a través de los sentidos , un simple cachete, es entendido como una respuesta hacia su Ser, a lo que Es y no a lo que ha hecho. Él no puede entender las implicaciones de salubridad, o económicas, sentimentales y de esfuerzo que le puede suponer al adulto la rotura de un objeto, ¿como va a entender semejantes consecuencias un niño de 3 años?, él solo entiende una agresión a su persona, solo establece códigos de hemisferio derecho, códigos sensoriales, perceptivos, en clave de amor-desamor. Ni que decir tiene que cualquier tipo de agresión, ya sea verbal o física, cualquier tipo de rechazo aunque sea inconsciente o puntual por parte del adulto, servirá para apoyar la idea de no ser querido o de serlo solo bajo condiciones. A veces, esas condicones nada tienen que ver con nuestros dones naturales, algo que contribuirá a alejarnos más y más de nosotros mismos y nuestra futuro equilibrio. Crecer ocupado de satisfacer a los demás es abandonar nuestro autentico Yo.
«Sabes que a mamá/papá no le gusta que vayas/hagas/estudies….. tal o cual cosa»… El mensaje que estamos en este caso enviando al niño es de que nuestra satisfacción hacía él (nuestro amor por él) está condicionado a ir en la línea de nuestros propios gustos y no de los suyos como ser independiente. De adulto buscará satisfacer a todas las personas de su entorno tratando de encontrar su propio equilibrio, sentenciado a mantener un permanente estado de alerta controlando en todo momento su entorno social, a consta de sacrificar sus propias necesidades, su propia forma de felicidad. Nunca podrá lograrlo.
LA PEOR FORMA DE HERIR A UN NIÑO ES RECHAZANDO SU AUTENTICO YO, algo que ocurre de forma más habitual de lo que somos conscientes, tanto en la propia familia, como en la escuela, aceptado y fomentado por una sociedad enferma.
Para que un niño pueda desarrollar su autentico YO, debe obtener en primer lugar un sano desarrollo de los potenciales originales como niño. Cuando no se atienden, no se valoran, se reprimen, castigan, se tratan de cambiar, o incluso se abusa o se humilla, el niño se paraliza, y la emoción no expresada o la carencia sufrida quedarán congeladas para manifestarse en las asociaciones inconscientes de su comportamiento adulto.
Los niños son seres dependientes cuyas necesidades físicas y emocionales deben ser satisfechas por los adultos a su cargo. Si estos adultos siguen heridos, no tienen suficiente o una mala información sobre las verdaderas implicaciones de la infancia, o no son plenamente conscientes de su responsabilidad, convertiremos a nuestros hijos en un nuevo eslabón de una interminable cadena para la formación de personas frustradas, agresivas, adictas, e insatisfechas, con falsas identidades y potencialmente tóxicos para la educación de sus siguientes generaciones.
Recuerda una vez más, que también tú fuiste un niño.
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