Miedo a tomar decisiones

Lo normal es que ante una elección se nos disparen todos los mecanismos racionales y emocionales a la vez. Todo conecta con todo dentro de nuestra mente en función de lo importante que sea para nosotros dicha elección. Pero para algunas personas llega a generar verdadera angustia. Bloquea mentalmente e incapacita para actuar. Es como entrar en un estado de shock prolongado.

Miedo al error

El cerebro guarda en sus capas inconscientes las experiencias más tempranas sobre los efectos que un error podía acarrear. Durante la infancia aprendió que equivocarse podía implicar que los demás se burlaran, te humillaran, te rechazaran o te retiraran la atención (la mirada, la palabra, la escucha…) cualquier cosa que para la sensibilidad de un niño suponga perder la seguridad de ser amado. El miedo a que se repita queda registrado en los códigos neuronales y de adultos se nos dispara a la velocidad de la luz con cada situación que pueda suponer un riesgo semejante. Decidir entre dos o más opciones lo es, porque a nadie responsable se le escapa que toda acción tiene consecuencias. Controlarlo no es una cuestión solo de voluntad porque es un automatismo inconsciente. No tendremos acceso a él si no realizamos un trabajo especifico.

Pero la consideración de error es múltiple y variada, está en función del criterio social y familiar, sobre todo del equilibrio (coherencia) de las personas que estuvieron al cargo de nuestra educación, padres y profesores. Puede que tirar un vaso en la comida significara en ese momento todo un cisma familiar, un bofetón, una amenaza de separación entre tus padres o una exclusión del clan, más o menos según el estado de tensión que particularmente tuvieran tu padre o tu madre por otras cuestiones desconocidas para ti. O simplemente, que en general no consiguieras cubrir o cumplir con los deseos y expectativas que tu familia tenía sobre ti. En el colegio, una pequeña torpeza, una mala nota, una pregunta inadecuada podía significar la ruina social.

La asociación directa que hace nuestro cerebro adulto con lo negativo a la hora de proponer, responder o tomar una decisión, cuando en nuestra infancia hemos tenido este tipo de experiencias, dispara los niveles de adrenalina, ansiedad y miedo en la misma medida que cuando se crearon por primera vez. Tal y cómo lo vivimos de niños. Despertando un sentimiento llamado de “vergüenza tóxica” o vergüenza de uno mismo procedente igualmente de nuestros primeros años de vida durante esas escenas.

Pero exactamente, miedo…. ¿a qué?

Desde nuestra versión de adultos racionales no podemos darle explicación a la desproporción que nos damos cuenta tener entre lo que sabemos que deberíamos hacer y las emociones negativas que nos brotan solo con pensarlo. Pues ahí está la clave, en la conexión que se produce de forma instantánea entre las neuronas racionales y el contenido que las emocionales tengan de las experiencias pasadas. Muchas de ellas no podemos reconocerlas porque no son accesibles a la memoria racional, pero estar están, a otro nivel de consciencia, porque si no fuera así no se manifestarían tales efectos.

Si os paráis a analizar cuál es en concreto el miedo que aparece, obtendréis varias respuestas del tipo….Tengo miedo a lo que digan de mí, a ser juzgado, a quedarme solo, a la reacción del otro, al conflicto, a que me dejen de hablar, a que no quieran estar conmigo, a que mi jefe me despida, a que mi pareja, mis hijos o mis amigos dejen de quererme, a ser rechazado, a ser abandonado, a la inseguridad económica y social……

Si os fijáis, son las mismas que las de un niño, y todas desembocan en el miedo a la PÉRDIDA. La pérdida de lo que para él es su zona de confort (lo conocido). De aquí sale ese término cuando hablamos también de resistencias al cambio, porque provienen de lo mismo.

Para resumir

No es de extrañar que a la hora de responder o tomar decisiones sintamos por un momento una señal de alerta, el miedo en cierta medida nos protege de cometer “locuras” y nos lleva a reflexionar, pero solo es sano siempre y cuando lo sintamos suavemente y por un corto espacio de tiempo. Si se prolonga, si hace que nos paralicemos, si nos empieza a boicotear las relaciones, el sueño, o nos genera ansiedad, es cuando debemos pedir ayuda a un profesional porque si no, la sensación de incapacidad se irá comiendo la autoestima que tengamos dejándonos con la mínima fuerza para cualquier otro problema de la vida. Sentir que la vida te supera, no es un buen síntoma.

Quizás no nos hayamos dado cuenta de la cantidad de pequeñas decisiones que tomamos diariamente o deberíamos tomar conscientemente para diferenciarnos de una máquina. Porque la importancia es radical, entre Vivir la Vida o simplemente estar en Ella, .