Tu Niño/Adulto víctima de abuso sexual

Son muchas las ocasiones en las que recibo cartas personales que me ayudan día a día a seguir con mi labor de aportar un poco de luz en el difícil camino personal, pero esta vez he recibido una muy especial por su fuerza y contenido. Una mujer valiente y luchadora que apostó por VIVIR, se decidió a enviarme la declaración que a continuación leeréis. He tenido el placer de ponerme en contacto con ella, de charlar abiertamente, de sentirla, de compartir su alegría de superación mientras sana una experiencia infantil y post- traumática difícil de asimilar pero mucho más habitual de lo que se conoce. Uno de cada cuatro niños son victimas de abusos sexuales, y el 80% de ellos ocurren dentro del entorno familiar. Este es uno de los muchísmos casos que, conozcamos o no, nos rodean. Las consecuencias psicosomáticas y sociales en la edad adulta son terribles, casi siempre desconocidas o no asociadas al hecho que las produce, silenciado por la memoria y por una sociedad que mira para otro lado con tal de no asumir la responsabilidad de sus propias heridas.

Nuria ha tenido la generosidad de compartir su experiencia con todos nosotros con el objetivo de hacer despertar, quizás, las consciencias dormidas de posibles victimas y del resto de observadores. La Sociedad que no está atenta a sus niños se convierte en cómplice.

Así pues, tomemos nota:

LO QUE AHORÁ SÉ

NO hay que poner el FOCO en los síntomas ni en la conducta, sino en las situaciones concretas que provocan esos síntomas o esa conducta. De esa forma, investigando sobre lo que lo provocaba es como he llegado a comprender, entender y aceptar que así NO soy Yo. Ese Yo pasado, fue la supervivencia pura y dura hasta el presente.

No pretendo hacer un relato doloroso, ni siquiera de resarcimiento, solo pretendo ayudarme, solo pretendo ayudar. Sanar y ayudar a sanar. No hay nada más importante en ésta vida que la paz interior, que el amor y la aceptación en su estado más puro: el que uno se debe y el que uno se MERECE. Cualquier cosa por debajo de eso no es amor, no es paz.

Aunque parezca increíble, utópico o difícil, la terrible experiencia personal de una situación de abusos sexuales se convierte en un camino de superación y aprendizaje en ésta vida. Como se suele decir, a cada uno le toca lo suyo, pero bien he aprendido que es responsabilidad de cada cual encontrar el camino hacia su verdad, hacia su interior lleno de paz y de amor, y así poder establecer un equilibrio con el entorno. A veces toca hasta aprender a pedir ayuda, a veces toca hasta aprender que se puede confiar en los demás. A veces toca aprender que hasta la felicidad es posible.

A pesar de todo el empeño es un largo camino….y se construye día a día.

EL PRINCIPIO DEL FIN

Cuando empecé en mi proceso de reconstrucción, no recordaba nada de mi niñez. Era como un espacio vacío, como una realidad paralela que veía fotografiada en álbumes de papel de los años 80. No sé si tendrá algo que ver, pero odio la música de los ochenta. Solo recordaba algunos retazos fijos sin continuidad que no me dejaban ver quien era yo. Toda la confusión, el caos, el abandono y el miedo vivido en mi infancia habían sido reprimidos, disociados y guardados en algún profundo cajón de mi mente. Puro mecanismo de supervivencia.

Mis padres seguían siendo esas figuras que han de estar contentos conmigo y con mis comportamientos, sin embargo estaban muy lejos de ser aquellos que proporcionan la protección, la seguridad, la comunicación y la confianza durante la niñez. Eso, ahora lo sé, significó esconderme de mi misma, replegarme y no permitirme ser ni poder desarrollar mi verdadera esencia, y lo peor, me impedía expresar mi miedo y mi dolor por las cosas que me sucedían, lo que hizo que quedara encerrado como una bomba de relojería….

Solo cuando he llegado a la edad adulta, el miedo y el dolor de mi infancia empezaron a proyectarse sin que yo pudiera entenderlo. Aún hoy mi cuerpo me habla y produce síntomas, mientras mi yo consciente sigue sin reconocer y entender el miedo, la ira, la rabia, la tristeza, la soledad y el horror de una niña traicionada, objeto de abusos sexuales dentro del entorno familiar, de abandono, con una desesperación inmensa.

La bomba de relojería empezó su cuenta atrás cuando comencé a involucrarme emocionalmente “de verdad” con otras personas. Ahora sé que no era un problema de mis parejas, ahora sé que el problema siempre ha estado en lo que guardaba en mi interior y de lo que no era consciente.

Los primeros síntomas se manifestaron en la necesidad (por aquel entonces inconsciente) de poner distancia con la familia. En cuanto pude, me fui de casa y bien lejos, en la seguridad de sentirme a salvo conmigo alejada de todo y de todos. Empezaron las relaciones de pareja, sentimentales/sexuales, que al principio eran como un juego de ensayo-error, sin complicaciones, vivido solo como experiencias Controladas. Siempre el Control…., Control emocional y sexual. Distancia, siempre distancia entre mí y el resto del mundo, una distancia pretendidamente protectora hasta ese momento.
Vivía bajo la seguridad de Controlar hasta el más mínimo detalle de mi vida, con la alerta permanente de elegir donde estar, lo que hacer y con quien hacerlo. En definitiva, un “otro yo” conmigo misma en constante estado de alarma hacía el entorno, con unas exclusivas formas de relación bajo las que sentirme segura.

El problema llegó cuando las emociones de amor, compromiso y confianza empezaron a manifestarse en mi vida, donde la distancia emocional, física, y de supuesto “Control” ya no eran posibles. No podía controlar porque la vida no es Control, las emociones no se controlan, las verdaderas emociones y los sentimientos se siente…., pero hasta entonces no lo sabía.
Así fue como mi cuerpo empezó a hablar sin que yo pudiera ignorarlo más. Pasaron ocho años hasta que conseguí pararme a escuchar y sentir realmente lo que me pedía en vez de huir constantemente de él y de su mensaje. La verdad es que no me quedó otro remedio porque la angustia, la ansiedad y el miedo iban creciendo exponencialmente en mi vida sin saber donde poner el foco exacto.

Descubrí que en realidad lo que mi cuerpo quería era muy simple, ¡sólo que lo escuchara! El reto de escuchar tu cuerpo es tan aterrador que parece imposible, hasta que por primera vez lo haces y te das cuenta de que es el camino hacia la PAZ interior. No es fácil, pero es el único camino de verdad que existe para encontrarse a una misma, ¡y muy buena noticia!, porque una vez que lo haces, no hay marcha atrás.

¿Qué clase de síntomas me gritaba mi cuerpo y qué tipos de conducta me habían empujado hasta este momento?

Inconscientemente creía NO MERECER AMOR, ni siquiera a través de regalos o buenas intenciones de otras personas. Lo cual a su vez llevaba a un sentimiento indefinido de culpabilidad y vergüenza. ¡Qué gran conflicto necesitar amor y a la vez rechazarlo!, ¿verdad? ¿Alguien de forma lógica podría entender por qué le pasa a una eso?, pues no, no te lo explicas hasta que luego logras comprender el porqué.

Inconscientemente me infligía AUTOCASTIGOS: atracones de comida, relaciones coartadas con los demás, soledad autoimpuesta, total “insensibilidad”, distancia emocional…
Me auto saboteaba a la hora de disfrutar, ya fueran reuniones con amigos, música, fiestas o conciertos. En definitiva, ante cualquier cosa que se supone produce bienestar, me sumía de repente en una taciturnidad importante, introversión e incluso rechazo que hacía que terminara por retraerme de esas cosas y/o personas. Desgana, tristeza indefinida, retraimiento ante situaciones de alegría compartida.
En esos momentos afloraban sentimientos de baja autoestima, inseguridad y falta de confianza en mi misma, “pasaba de todo” lo que supusiera un esfuerzo emocional siendo esto una forma de “esconderme”. Desconfianza hacia las personas del entorno en general.

MIEDO constante y atronador a sentir dando y recibiendo. El miedo ponía constantes barreras que hacían que no pudiera escucharme. No podía soportar pensar en ser “abandonada”, que mi pareja me fueran a dejar o a fallar, aunque esa posibilidad no existiera realmente en el presente. Miedo a que alguien creara expectativas emocionales conmigo. Miedo al amor en general, a sus sentimientos o expresiones hacia mí. Miedo a comprometerme (sobre todo con personas cercanas), a transmitir sentimientos profundos. Miedo al despertar por las mañanas para afrontar un nuevo día, al despertar en medio de la noche haciéndome un ovillo esperando a que pasara. No era capaz de pedir ayuda a pesar de lo sola que me sentía. Me negaba a ser o a sentirme vulnerable.

Durante años viví en mi armadura protectora de Control, aislamiento y distancia, pero cuando esta armadura empezó a resquebrajarse la sensación más intensa y horrorosa era el miedo a que me hicieran daño en cualquiera de sus formas. Era muy difícil vivir con paz el día a día. Luego estaban las sensaciones de: ahogo, dolor emocional, tristeza inmensa, ganas de llorar, nudo en la garganta, opresión en el pecho, dolor en el estómago etc., ante cualquier desencadenante que liberara en mi cerebro el miedo, como podía ser el olor de un suavizante de la ropa, una escena de una película, una canción, un comentario, una mirada, una tarde de domingo…etc. De lo que tienes ganas en realidad es de dar puñetazos en la pared, patadas, gritar, de salir corriendo….

Sexualidad restringida: No existía la posibilidad de «dejarse ir y confiar plenamente», el Control lo presidía. Sexo siempre separado de emociones. Si sentía que estos se daban a la vez, se abría el abanico de sintomatología psicosomática: ahogos, miedo, ganas de huir, rechazo al otro…etc.

Conflicto  entre Amar y rechazar. En las relaciones no me sentía libre de salir “corriendo” en cualquier momento porque “algo” interior me obligaba a estar atada a la situación o a la persona. Angustia y confusión generalizada que hacía que tuviera constantes contradicciones en mis pensamientos. Por un lado una gran necesidad de expresar y recibir amor y por otro un rechazo absoluto a lo pensado o sentido justo medio minuto antes. El miedo paralizaba cualquier intento de hacer cosas positivas para progresar amando y siendo amada. La dualidad constante en el día a día produce la sensación de que te vuelves loca.
Sentía este conflicto sobre todo con mis familiares más directos, especialmente padre y madre. Si un padre y una madre te han infligido heridas tan profundas, dejas de confiar que en el resto de la humanidad vaya a haber alguien que pueda ser bueno contigo. Sientes que estás sola en el mundo. A pesar de la fuerte necesidad de compañía, de amor, de apoyo, de compartir…ejercía un constante boicot inconsciente hacia las personas que me intentaban ayudar.

Incluso después de todo, existe en mí una inmensa fuerza interna de ganas de vivir, de superar y de encontrar el verdadero tesoro de esta vida: el Amor hacia mí misma, y más importante, poder compartirlo de verdad de forma plena. Esa es la lucha constante que mantiene viva la batalla para ganar ésta guerra.
Aunque las palabras de “guerra y batalla” sean muy descriptivas de todo el proceso, son muy cansadas, yo no quiero guerras ni batallas, yo lo que quiero es más bien un: ¡me felicito por intentar permitirme ser feliz y caminar cada día para conseguirlo!

Me gustaría también hablar un poco de la perspectiva familiar, que aunque los hechos del Abuso Sexual (por parte de familiares o conocidos) y la falta de protección o abandono (consciente o no por parte de familiares que “ignoran o no quieren ver” lo que pasa) sean por sí mismas situaciones dramáticas y aberrantes que infligen un dolor de consecuencias muy profundas en nosotros los hijos, no creo ni considero que los padres sean unos monstruos sin más. Simplemente, y en mi opinión, son personas que han sufrido los hechos de sus vidas sin poner un poco de consciencia y de luz para acabar con esa cadena de sufrimiento y así saber cuidarse y cuidar a sus hijos en el amor.
En algún momento, la cadena del amor padres-hijos se rompió en sus vidas y nuestros propios padres no supieron restablecerla, no supieron o no tuvieron la ayuda necesaria para amarse y cuidarse y por tanto no supieron amar y cuidar de sus propios hijos. En realidad, lo que creo, es que ¡pobres de ellos!, porque no supieron cómo superar su propio dolor, su propio miedo.

Y es por todo ello, por lo que me siento afortunada, por que yo SÍ rompo con esa cadena de dolor y de miedo, yo Sí he aprendido a amarme. En ésta historia SI existe un final feliz. Ésta vez SÍ PODEMOS.

Te mando el enlace de un interesante reportaje informativo a propósito del estreno de una pelicula de Armendariz donde se aborda el tema, 1303590698037.mp4

Un abrazo, Nuria.